viernes, 14 de noviembre de 2008

Lugares de Interés y Fiestas de Verano


El Palancar - Minúsculo refugio de San Pedro de Alcántara


San Pedro de Alcántara comenzó su vida eremítica en dos lugares cacereños. Santa Cruz de Paniagua, donde el obispo de Coria tenía un palacio y donde Fray Pedro consiguió "rescripto pontifcio" para retirarse a orar; y Pedroso de Acim, donde en una pequeña vivienda construyó un monasterio, de tan reducidas dimensiones, que hoy día se conoce como el conventico. Minúsculas estancias que guardan estrecha relación con las palabras de San Pedro : "que en nuestros edificios resplandezca toda pobreza, aspereza y vileza" y que la "casa sea tosca y la madera no labrada a cepillo".

Desde la pequeña explanada de El Palancar se dividen la sierra y la llanura. La sierra de Cañaveral y las fértiles tierras del Jerte y del Alagón parecen juntarse a través de este minúsculo convento. Su aspecto inicial no lo parece, pues las diferentes reformas le dan la solera de los monasterios tradicionales. Pero San Pedro de Alcántara, "padre" del cenobio, quiso construir un lugar donde resplandeciera "toda pobreza, aspereza y vileza".


"El claustro era un cuadro tan pequeño que puestos dos religiosos en lo alto uno a uno se daban la mano; y a esta medida todo lo demás; celdas, refectorio, cocina y oficinas que tenía todas las que cualquiera convento suele tener aunque mucho menores".


Así, en 1557 Rodrigo de Chaves cede al santo la dehesa "que se dice del Berrocal a la Fuente del Palancar", en agradecimiento a los consejos dados por Fray Pedro, nacido en Alcántara.Una modesta casa sobresalía en el terreno. Y, en ella, lo primero que se construyó fue la capilla para celebrar los oficios. Tan minúscula como el resto de lo que en la zona se conoce como el conventico, la estancia sólo tenía cabida para el sacerdote y el acólito que le ayudaba. Junto a la capilla, San Pedro se construyó su propia celda de la que Santa Teresa comenta que "paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido una sola hora y media entre noche y día (...) lo que dormía era sentado y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda como se sabe no era más larga de 4 pies y medio".


En 1557 Rodrigo de Chaves cede al santo la dehesa "que se dice del Berrocal a la Fuente del Palancar", en agradecimiento a los consejos dados por Fray Pedro, nacido en Alcántara. Una modesta casa sobresalía en el terreno. Y, en ella, lo primero que se construyó fue la capilla para celebrar los oficios. Tan minúscula como el resto de lo que en la zona se conoce como el conventico, la estancia sólo tenía cabida para el sacerdote y el acólito que le ayudaba.

Una descripción más exhaustiva es la que realizó el padre Juan de Santa María en 1615: "está situado en un desierto bien áspero de la sierra del cañaveral y harto apartado de un lugarejo que llaman Pedroso, diócesis de Plasencia y tan pequeño que todo él, con gruesos de las paredes, medido por la parte de fuera, tenía treinta y dos pies de largo y veintiocho de ancho; dentro de este tan pequeño compás había una iglesia muy pequeña, y mucho más la capilla que se dividía con una reja de pala; cabía en ella holgadamente el sacerdote que decía la misa y el acólito que le ayudaba; si otro alguno entraba ocupaba mucho. El claustro era un cuadro tan pequeño que puestos dos religiosos en lo alto uno a uno se daban la mano; y a esta medida todo lo demás; celdas, refectorio, cocina y oficinas que tenía todas las que cualquiera convento suele tener aunque mucho menores. Finalmente era como embrión o cuerpecillo de una criatura cuando en él se comienza a formar los sentidos y parte del cuerpo que apenas se echa de ver los ojos, las narices, la boca, que tan pequeño es todo".

En el exterior, los bancales han dado paso a la huerta. También aquí se encuentra la denominada fuente milagrosa, cuyas aguas dicen han curado a muchos enfermos.



La idea de las reducidas dimensiones del convento se tienen desde el inicio de la visita. Traspasadas las puertas del cenobio actual, un pasillo conduce a una puerta tan pequeña que los propios oficiales afirmaron que "no dejase las puertas tan estrechas y baxas que no podían caver alguna persona por ellas sino era bajándose y entrando de lado". La cocina se presenta como una minúscula estancia que da cabida a una chimenea típica extremeña. Los religiosos ayunaban de forma diaria y sólo en fiestas muy importantes suprimían dicho ayuno. En el refectorio lugar donde ingerían su frugal comida, colocaban las escudillas en asientos de piedra y comían de rodillas. En el exterior, los bancales han dado paso a la huerta. También aquí se encuentra la denominada fuente milagrosa, cuyas aguas dicen han curado a muchos enfermos. Al igual que la higuera que plantó San Pedro, hoy desaparecida, cuyos frutos, al parecer, curaban a los enfermos. Un mundo de recogimiento y de silencio, interrumpido por el rumor de la fuente milagrosa y con vistas a las fértiles tierras del Jerte y el Alagón, que se esconden del mundanal ruido, para seguir en silencio. Así, bajo el cielo extremeño, con ilustre modestia y mayor sabiduría se ampara este singular cenobio, recogido en la estrechez de sus muros y en la amplitud de sus almas para formar un apacible lugar que conforma el convento más pequeño del mundo.




El Monasterio de Yuste




A dos kilómetros del pueblo extremeño de Cuacos, en el corazón de La Vera, se levanta el monasterio jerónimo de Yuste. Su origen se remonta a los primeros años del siglo XV, cuando unos ermitaños se retiraron allí a vivir tras la donación de los terrenos a la comunidad por un vecino de Cuacos llamado Sancho Martín. En 1414, los eremitas reclaman la protección del monasterio jerónimo de Guadalupe, y se acogen a la Orden de San Jerónimo, no sin problemas jurídicos. Es a partir de ese momento cuando comienzan las grandes obras en el monasterio, siendo del siglo XV la iglesia y el claustro gótico. En el siglo XVI, los Condes de Oropesa toman al cenobio bajo su protección y emprenden costosas construcciones y ampliaciones de la casa; las obras del claustro nuevo, renacentista plateresco, finalizan hacia 1554, coincidiendo prácticamente con la visita de Felipe II a Yuste, con objeto de cumplir el deseo de su padre de reconocer el monasterio para estudiar la posibilidad de retirarse allí a pasar sus últimos años. Era ésta una idea que ya llevaba rodando por la cabeza del Emperador Carlos V, y cuando, a partir de la mitad del siglo XVI, se siente cansado, va dejando parcelas de poder en manos de su heredero y pensando cada vez más en el retiro.

Siendo el monasterio del agrado de Carlos, se decide a ejecutar su proyecto y ordena la construcción de su vivienda en un ala del cenobio, dando precisas indicaciones de las trazas, orientación y proporciones. No pudiendo esperar a la finalización de las obras, en los primeros días de 1557 llegó Carlos V a Yuste, cuando aún no se había finalizado el acondicionamiento de las estancias para la servidumbre; poco tiempo disfrutará el Emperador de su retiro, pues falleció el 21 de septiembre de 1558 a consecuencia de fiebres palúdicas.

La estadía de Carlos V en Yuste marcará para siempre a esta casa, dotándola de un contenido histórico y riqueza artística que antes nunca había conocido, a pesar de que Felipe II se llevó el cuerpo de su padre al monasterio de El Escorial en cuanto lo finalizó.


La estadía de Carlos V en Yuste marcará para siempre a esta casa, dotándola de un contenido histórico y riqueza artística que antes nunca había conocido, a pesar de que Felipe II se llevó el cuerpo de su padre al monasterio de El Escorial en cuanto lo finalizó.



En 1809 sufre el monasterio un pavoroso incendio a manos de las tropas francesas, quedando reducido prácticamente al claustro gótico. Con las leyes desamortizadoras del primer tercio del siglo pasado, el monasterio es expropiado, siendo comprado por el señor Tarrius, quien lo sacó a pública subasta y a punto estuvo de venderlo a Napoleón III si no hubiera sido por el celo patriótico del marqués de Mirabel, que lo adquirió con el objeto de evitar que la casa cayera en manos francesas. A pesar de las pequeñas obras de conservación emprendidas por el nuevo propietario, el monasterio estaba abocado a su total destrucción por el paso del tiempo y la incuria provocada por la exclaustración, de no haber sido porque en 1941 la casa de Mirabel cedió la propiedad de Yuste al Estado, encargándose el trabajo de una ambiciosa restauración al arquitecto José Manuel González Valcárcel, que llevó a cabo una total reconstrucción de la casa que resucitó a Yuste de entre las cenizas.



En 1941 la casa de Mirabel cedió la propiedad de Yuste al Estado, encargándose el trabajo de una ambiciosa restauración al arquitecto José Manuel González Valcárcel, que llevó a cabo una total reconstrucción de la casa que resucitó a Yuste de entre las cenizas.


En 1958, concluida la restauración, se llegó a un acuerdo con la Orden de San Jerónimo para que la comunidad reocupara el monasterio dándole nueva vida. Posteriormente, se abriría la casa al público que quisiera visitar este lugar de hondo significado carolino. Con objeto de hacer más interesante la visita de la casa, se procuró llenar las estancias del palacio. Para ello se estudió el inventario de objetos realizado a la muerte de Carlos y se procuró recuperar las piezas que allí figuraban. Se vistió también la iglesia, sacristía, coro, etc., con objetos procedentes del propio Yuste, que habían sido repartidos por pueblos de la zona tras la exclaustración.


Las Villuercas un Paisaje humano


Tan sólo una pequeña incursión por Las Villuercas es suficiente para apreciar su riqueza natural. Tal vez el carácter afable y tranquilo de sus vecinos, el cariño por la tierra en la que habitan, sea el mejor secreto para mantener estos lares en estado salvaje. Igual que sus montes y sus iglesias, su castillo, su monasterio y sus calles, las tradiciones de esta particular comarca cacereña se hallan vigentes en todo su esplendor. Por ello, sus gentes son el más preciado tesoro.

Las pinturas de los Guadarranques o los abrigos del embalse de Cancho del Fresno se exhiben como primera muestra del asentamiento humano por estos pagos iniciado en tiempos prehistóricos. Pero, ambos, son tan sólo una pequeñísima visión de la riqueza rupestre de la comarca cacereña de Las Villuercas. Un territorio inexplorado, cuidado con sumo mimo por sus habitantes, cuyo mejor legado es el buen hacer y el respeto por su tierra, por su fauna, por su flora y por los viejos oficios que continúan en plena vigencia gracias a la savia nueva de generaciones venideras. Las Villuercas saben a miel, a queso y a vino; huelen a acebo, a quejigos, a fresnos, a saucos y, especialmente a loros, un árbol de la era terciaria del cual quedan muy pocos ejemplares en la Península Ibérica.


La mejor guía para el viajero está en las tardes de verano; en las sillas de enea sobre las que reposan traseros de frentes arrugadas cuyas líneas revelan cientos de leyendas, de historia que sigue transcurriendo en manos cargadas de años de labor; en dedos que siguen trabajando el ganchillo, el punto o el bordado o que, simplemente, sostienen una garrota. Así, la plaza mayor de Guadalupe, con sus calderos, con sus bordados, con sus cestas, sus quesos, su vino y su miel deja entrever el carácter artesanal de esta comarca. Por ello, para comprender esta tierra que se deja querer a primera vista, no hay nada mejor que charlar con sus gentes. Vecinos como Manuel Torrejón, perteneciente a una saga de caldereros, contarán cómo este particular oficio se fraguó en el Monasterio, entonces poblado de monjes jerónimos; bodegueros como Pedro Alonso Diosdado, en Cañamero, revelarán el secreto del vino de pitarra; las manos de Purificación Ferrer tejerán el paciente bordado con el que se ha ido construyendo la comarca; las piezas del belén de Norberto y María exhibirán la fe de todo un pueblo; los dedos de Doña Concha, en Berzocana, a sus noventa años, conformarán todo un tratado de repostería que se convierte en poema de la mano de Luis Pastor.


Subiendo y bajando el pico Villuercas, recorriendo sus senderos, tal vez el viajero se tope con algún pastor que le recomiende acercarse hasta Navezuelas a comprar un queso del que, cuentan, tiene Denominación de Origen. Y, seguramente, con paso tranquilo, a golpe de cayado salten ciervos, jabalíes, corzos y nutrias. Y, a golpe de silencio, posiblemente, se escuche el zumbido de las abejas, el vuelo del buitre negro o el planear del águila imperial. Y, seguramente, al viajero tan sólo le quedará buscar un buen poyo desde el cual poder contemplar.



LA RAYA - Puente de Leyendas

Damas y nobles señores, campesinas y pastores, dragones e historias que han forjado un grueso libro de leyendas que se han tejido de boca en boca, de esquina en esquina, han configurado un carácter. La línea divisoria entre la frontera portuguesa, a la altura de Extremadura, es un recorrido tan extenso como rico y fascinante. Sus gentes, artesanos, conquistadores, descubridores de Nuevos Mundos y de buenos haceres, presentan una tierra virgen y, a la vez, moldeada por la sabiduría, que mira siempre al horizonte sin perder nunca las miras del futuro.


El silencio se adueña a media mañana de la iglesia de La Magdalena. Es, entonces, cuando mejor se puede apreciar su belleza. Y es, en ese momento, cuando las piedras se confiesan y cuentan que están orgullosas de albergar la única iglesia de estilo manuelino de España. Y es, justo ahí, cuando el viajero comienza a darse cuenta de la riqueza de Olivenza, cuna de españoles y portugueses, según las épocas, fundada por la Orden del Temple en el siglo XIII. Tal vez, esa dualidad le ha permitido convertirse en uno de los pueblos más bellos de Extremadura, donde se conjugan los más bellos estilos arquitectónicos, tanto lusos como españoles.


En esta línea entre ambos países, a uno y otro lado se dejan ver imponentes fortalezas y estilos arquitectónicos dispares que van desde el granito al ladrillo, pasando por la pizarra, el adobe y la caliza


Ese carácter fronterizo, con similitud no sólo natural, sino también cultural y social, se vive en la denominada Raya que, en Extremadura, comienza al norte, en la Sierra de Gata, y finaliza en Valencia de Mombuey o Valencita, como gustan de llamarla en la zona. En esta línea entre ambos países, a uno y otro lado se dejan ver imponentes fortalezas y estilos arquitectónicos dispares que van desde el granito al ladrillo, pasando por la pizarra, el adobe y la caliza. Casi trescientos kilómetros de frontera donde la naturaleza se muestra en forma de verdes serranías, dehesas repletas de encinares y llanuras de pastos, destacando la riqueza de la sierra de San Pedro, en Badajoz, y la Sierra de Gata, en Cáceres.

No hay más que darse un pequeño paseo por ambos lados de La Raya para comprobar que, desde la prehistoria, esta zona ha tenido siempre una historia común. Dólmenes y pinturas rupestres así lo atestiguan. De hecho, el conjunto megalítico existente por estos lares es uno de los más importantes de Europa. Y por supuesto, no hay que perderse el fabuloso conjunto de Valencia de Alcántara. Pero si la prehistoria comenzó a unir a las gentes de estos pagos, la llegada de los romanos las hizo vivir bajo la misma provincia, de nombre Lusitania. Y también caminaron juntos de la mano de los árabes, como muestra el rico legado agareno que aún puede apreciarse.


Fueron los reinos de Castilla y León y el nacimiento del reino de Portugal los culpables de las luchas que se sucedieron constantemente para conquistar, reconquistar, arrebatar o mantener territorios. Una pugna que finalizó en el siglo XIX, con la denominada Guerra de las Naranjas. Diversos fueron los acuerdos que se firmaron, dejando las posesiones tal y como se conocen hoy día.

Hacia la capital del corcho

Pasado Valencia de Mombuey y habiendo tomado aliento en la singular plaza de Villanueva del Fresno, contemplando la inmaculada iglesia dedicada a la Concepción, el camino se dirige hacia el castillo de Coluche, curioso nombre que toma en la zona la fortaleza de Miraflores, a cuyos pies se alza Alconchel, bañada por las aguas del río Táliga, que da nombre a otra población cercana. Aquí, en esta localidad que perteneció a Portugal hasta 1801, todavía se respira el influjo lusitano. Encinares y alcornocales permiten, en Táliga, pastar a sus anchas a toros de lidia y cerdos ibéricos.
Siguiendo el trayecto, la señorial Olivenza se deja ver. Y, además de la monumentalidad de la iglesia de la Magdalena y de sus murallas defensivas, es necesario detenerse para contemplar el palacio de los Duques de Cadaval, actual ayuntamiento.

No hay más que darse un pequeño paseo por ambos lados de La Raya para comprobar que, desde la prehistoria, esta zona ha tenido siempre una historia común.Pero si la prehistoria comenzó a unir a las gentes de estos pagos, la llegada de los romanos las hizo vivir bajo la misma provincia, de nombre Lusitania. Y también caminaron juntos de la mano de los árabes, como muestra el rico legado agareno que aún puede apreciarse.


Museo Etnográfico González Santana, uno de los mejores de España, con más de siete mil piezas donadas por Francisco González Santana, vecinos de la localidad y depósitos cedidos temporalmente. Todo un libro de costumbres que recuerda cómo vivían los antiguos moradores de estas tierras de alternancia portuguesa y española. A pesar de su ruina, a diez kilómetros de Olivenza, se encuentra el puente de Ajuda, que unió durante mucho tiempolas orillas del Guadiana.

El Museo Etnográfico González Santana, en Olivenza, es todo un libro de costumbres que recuerda cómo vivían los antiguos moradores de estas tierras de alternancia portuguesa y española.

Hasta la llegada a Badajoz, bastión y nexo de unión constante con tierras portuguesas, el viajero se verá sorprendido por singulares localidades rodeadas de parajes naturales de gran belleza. Una vez en la ciudad fundada por Ibn Marwan en el año 875, el ambiente a carnaval se respira por todos lados. Los últimos preparativos para celebrar la que, seguramente, es la fiesta más importante de la ciudad, se dejan sentir. Pero entre ese trajinar constante que se presume en la urbe, el alto en el camino en su alcazaba, en la Puerta de Palmas, imagen identificativa de la ciudad desde hace siglos y en la torre de Espantaperros es obligatorio. Al igual que la visita al Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo.

El paisaje se torna en dirección a Alburquerque, en las estribaciones de la Sierra de San Pedro. El de Luna es, seguramente, uno de los castillos mejor conservado de Extremadura.

Pero no sólo la fortaleza, vigía de toda la población, es atractiva en la localidad. La denominada villa adentro, nombre con el que se conoce el barrio gótico, merece un tranquilo paseo. Como también lo merece La Codosera, con su fortaleza levantada en la parte superior del casco urbano, y San Vicente de Alcántara, plagada de encinas y alcornocales. Su dedicación a la corteza del alcornoque le ha valido el título de capital del corcho, aunque ése no es el único atractivo. Aquí se pueden realizar diversas rutas para conocer los veinte dólmenes que existen en los alrededores, al igual que el castillo de Piedrabuena, sede de la Orden de Alcántara en otros tiempos.

Sin embargo, acaso sea Valencia de Alcántara quien se haya ganado una merecida fama por su conjunto megalítico. Tampoco hay que olvidar que, en su iglesia, se desposó la hija de los Reyes Católicos con el rey portugués Manuel el Afortunado. Así, la parada en esta localidad quizás deba ser más tranquila que en otras, pues, al legado prehistórico, hay que unir su bello barrio gótico y los restos de la fortaleza árabe. El viajero se encuentra justo en La Raya con Portugal. No en vano, muchas aldeas de los alrededores rayan, literalmente, con sus vecinos portugueses de la región del Alentejo. Solana, Cedillo, Herrera de Alcántara, Carbajo o Membrío son típicamente arrayanas o rayanas. Pero la mirada siempre estará atenta en Alcántara, donde el puente romano, una de las mejores obras de ingeniería española, sigue contando con la misma solera que hace siglos. Palacios, ermitas y, en especial, el conventual de San Benito, de una belleza sobrecogedora, son lo más característico de la población.También la influencia de la orden de Alcántara se exhibe en Piedras Albas y Zarza la Mayor.

Un trazado de Raya a Raya Las rutas de la Cal, de las Catedrales y Grandes Iglesias, de los Orígenes, Patrimonio de la Humanidad, de los Castillos y de los Descubridores son los itinerarios que propone el Gabinete de Iniciativas Transfronterizas para conocer tanto Extremadura como el Alentejo.


Una de cal….- pueblos blancos, inmaculados y cargados de historia se desparraman por la provincia de Badajoz, en España, y por multitud de aldeas que rodean a las lusitanas Evora, Moura y Estremoz. Es una ruta larga que no se puede realizar en un fin de semana. Pero con tiempo y que dejar de visitar la señorial Zafra, especialmente las plazas Chica y Grande; las importantes muestras de mudéjar, gótico y barroco que se unen, de forma particular, en Azuaga; las casas encaladas de Villafranca de los Barros, Llerena o Los Santos de Maimona; la nobleza y blancura de Fregenal de la Sierra o el encanto de las calles de Jerez de los Caballeros, donde el ambiente popular extremeño se funde con la arquitectura serrana andaluza. Flores multicolores se desprenden por iluminadas paredes y enrejados singulares.

El blanco también se deja ver en el Alentejo. Estremoz, tan sólo una pequeña muestra, presume de sus humildes casas, al igual que de algunos edificios señoriales, lo que confirma la presencia de reyes y ejércitos en otros tiempos. Dicen que Serpa, Barrancos y Moura son las localidades que mayor semejanza muestran con España. En cualquier caso, no hay que marcharse sin visitar a los numerosos artesanos que el viajero se irá encontrando a lo largo de esta extensa ruta.




Joyas religiosas.- el monasterio de Guadalupe, la iglesia de San Martín, en Trujillo, la peculiar catedral de Plasencia, el conventual de San Benito y la iglesia de Nuestra Señora de Almocóvar, en Alcántara; la iglesia de Santa María la Mayor, en Brozas; la concatedral de Santa María y la iglesia de Santiago, en Cáceres, forman parte de esta ruta de joyas de la arquitectura religiosa que termina, en su vertiente española, con la iglesia de Nuestra Señora de Rocamador, en Valencia de Alcántara. Muy cercana a la población española, se encuentra la lusitana Castelo de Vide con numerosas capillas e iglesias y comienzo de la ruta en tierras portuguesas. La sé de Portalegre y el convento de San Bernardo; la iglesia de los Afligidos, en Elvas; los conventos y las iglesias de Vila Viçosa, Estremoz, Beja, Elvas, Serpa, Mértola y Castro Verde completan el itinerario.

Desde la noche de los tiempos.- entre los numerosos yacimientos y restos del pasado que se pueden encontrar entre Extremadura y Portugal, concretamente en la zona del Alentejo, hay que destacar, en tierras lusas, los conjuntos megalíticos de Monsaraz y Castelo de Vide; el castro de Segóvia, en Campo Maior, y el dolmen adaptado a capilla, en San Brissos, sin contar con los numerosos vestigios romanos de Evora, Mértola, Monforte o Beja. La versión española permite contemplar el conjunto de dólmenes de Valencia de Alcántara o las pinturas rupestres de Monfragüe. Los romanos dejaron tras de si una huella imborrable en Mérida, la antigua Emerita Augusta, en Alcántara, con su puente, una de las mayores obras de ingeniería de la historia, o en las murallas de Cáceres.

En busca del patrimonio mundial.- tanto Extremadura como el Alentejo gozan de importantes ciudades y monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Una buena muestra de la riqueza de estas tierras, salvajes y sanas, que despiden belleza por los cuatro costados. La visita a Guadalupe, Evora, Mérida y Cáceres es suficiente para conocer de la calidad tanto humana como monumental y natural de estos pagos.

De almenas, torres, y leyendas.- fortalezas y castillos que se presentan ante el visitante con solera. Destaca la fortaleza redonda de Arraiolos y las de Evoramonte, Beja y Estremoz. En España, los de Alburquerque, Medellín o Coria merecen una visita.

Tierras de conquistadores.- portugueses y españoles se lanzaron a la aventura en busca de nuevos mundos. A su regreso, la riqueza que trajeron consigo se dejó ver en la arquitectura y en la forma de vida. Alvito, Beja, Jerez de los Caballeros, Brozas, Barcarrota, Llerena o Trujillo son algunas muestras.

Fiestas de Interés Turístico Regional de Extremadura

Enero
- 16 y 17. Carrera de San Antón. Navalvillar de Pela. Badajoz
- 19 y 20. Jarramplas. Piornal. Cáceres.
- 20 y 21. Las Carantoñas. Acehuche. Cáceres.

Febrero
- 1. Las Candelas. Almendralejo. Badajoz. - Carnaval. Peropalo. Carnaval. Villanueva de la Vera. Cáceres.
- Carnaval de Badajoz.
- Carnaval del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata. Cáceres.

Semana Santa
- Badajoz.
- Cáceres.
- Jerez de los Caballeros. Badajoz.
- Mérida
- Pasión Viviente de Oliva de la Frontera. Badajoz.
- Empalaos. Valverde de la Vera. Cáceres.
- Lunes de Pascua. El Chíviri. Trujillo. Cáceres.
- Lunes de Pascua. Romería de Piedraescrita. Campanario. Badajoz.
- Lunes de Pascua. Las Carreras. Arroyo de la Luz. Cáceres.

Abril
- Ultimo domingo de abril. La Chanfaina. Fuente de Cantos. Badajoz.

Mayo
- 1 al 3. La Santa Cruz. Feria. Badajoz.
- Octava del Corpus. Peñalsordo. Badajoz
- 15. Romería de San Isidro. Fuente de Cantos. Badajoz.
- 15. Romería de San Isidro. Valencia de Alcántara. Cáceres.

Junio
- 23. Toros de San Juan. Coria. Cáceres.

Agosto
- Primer martes de agosto. Martes Mayor. Plasencia. Cáceres.
- 10 al 15. Festival de la Sierra. Fregenal de la Sierra. Badajoz.
- 23. La Enramá. Pinofranqueado. Cáceres.

Diciembre
- 7 al 8. Los Escobazos. Jarandilla de la Vera. Cáceres.
- 7 al 8. La Encamisá. Torrejoncillo. Cáceres.


Con motivo de las fiestas de San Buenaventura, la localidad cacereña de Moraleja, en las estribaciones de la sierra de Gata, organiza el toro del aguardiente. Muy espectacular. Se celebra la semana del 15 de julio. Fiestas, San Buenaventura.

Moraleja conserva y fomenta sus costumbres tradicionales. Una de las fiestas más populares es la de San Buenaventura Patrón de Moraleja que se celebra durante la semana del 14 de Julio. Los actos, además de la misa y procesión del Santo, giran alrededor del Toro. Hace años tenían lugar en la plaza del pueblo, denominándose actualmente Plaza de los Toros, fabricada con carros y tablas; hoy se celebran fuera del casco urbano, con plaza portátil y con la actuación de los mejores toreros del escalafón taurino. La tradición es correr las vaquillas por unas calles que, previamente, se cierran a tal fin.

Además de estos festejos hay otros de carácter deportivo, así como bailes y feria para los niños.

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